Diario de Mallorca 04.05.2010
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Con Oiarzabal, ni un paso
MATÍAS VALLÉS Mis héroes son los médicos con guardias de 24 horas, los funcionarios judiciales que se atreven a plantarle cara a la corrupción y los bomberos que se juegan la vida para salvar a un conciudadano. No me interesa el Himalaya, porque queda del lado equivocado de la Vía de Cintura, pero lo que llevo aprendido del mundo del alpinismo me demuestra que sus profesionales no tienen nada que envidiar a los tiburones de Wall Street. Ese comportamiento desalmado –"a los cinco mil metros se acaba la solidaridad", bonito eslogan deportivo– contribuye a explicar que Tolo Calafat se convirtiera la semana pasada en el mallorquín enterrado a mayor altura de la historia. No sabemos qué se pudo hacer para salvarlo, pero sí todo lo que no se hizo para rescatarlo.No hay culpables de la muerte de Calafat pero, después de escuchar al parlanchín Juan Oiarzabal –Juanito para los amigos, entre los que deseo no encontrarme nunca– puedo asegurar que, con ese jefe de expedición, no subo ni a un tercer piso. La "prensa mallorquina" se encuentra entre la docena de responsables que ha encontrado el héroe subvencionado, que dejó atrás al mallorquín en una maniobra nunca aclarada. Su lista de imputados se completa con una alpinista coreana y con sherpas a los que se refiere como si fueran bestias de carga a sus órdenes. A él nadie puede juzgarle. Si el Govern tuviera un mínimo de entidad, promovería de inmediato una investigación sobre los acontecimientos del Annapurna. Sería más efectiva que los pésames de Antich y Calvo, que no sabían de qué estaban hablando. Después de conocer a Oiarzabal, que reniega incluso de su título de jefe de expedición, el único error que cometió Tolo Calafat fue apuntarse a esa partida. Si subsiste la categoría de persona non grata, las autoridades de Balears poseen una ocasión óptima para otorgarla. No se hizo nada por el deportista mallorquín, y nada puede hacerse ya, pero conviene advertir a montañeros desprevenidos de la suerte que les aguarda en manos de charlatanes con piel de ecologista.
Con Oiarzabal, ni un paso
MATÍAS VALLÉS Mis héroes son los médicos con guardias de 24 horas, los funcionarios judiciales que se atreven a plantarle cara a la corrupción y los bomberos que se juegan la vida para salvar a un conciudadano. No me interesa el Himalaya, porque queda del lado equivocado de la Vía de Cintura, pero lo que llevo aprendido del mundo del alpinismo me demuestra que sus profesionales no tienen nada que envidiar a los tiburones de Wall Street. Ese comportamiento desalmado –"a los cinco mil metros se acaba la solidaridad", bonito eslogan deportivo– contribuye a explicar que Tolo Calafat se convirtiera la semana pasada en el mallorquín enterrado a mayor altura de la historia. No sabemos qué se pudo hacer para salvarlo, pero sí todo lo que no se hizo para rescatarlo.No hay culpables de la muerte de Calafat pero, después de escuchar al parlanchín Juan Oiarzabal –Juanito para los amigos, entre los que deseo no encontrarme nunca– puedo asegurar que, con ese jefe de expedición, no subo ni a un tercer piso. La "prensa mallorquina" se encuentra entre la docena de responsables que ha encontrado el héroe subvencionado, que dejó atrás al mallorquín en una maniobra nunca aclarada. Su lista de imputados se completa con una alpinista coreana y con sherpas a los que se refiere como si fueran bestias de carga a sus órdenes. A él nadie puede juzgarle. Si el Govern tuviera un mínimo de entidad, promovería de inmediato una investigación sobre los acontecimientos del Annapurna. Sería más efectiva que los pésames de Antich y Calvo, que no sabían de qué estaban hablando. Después de conocer a Oiarzabal, que reniega incluso de su título de jefe de expedición, el único error que cometió Tolo Calafat fue apuntarse a esa partida. Si subsiste la categoría de persona non grata, las autoridades de Balears poseen una ocasión óptima para otorgarla. No se hizo nada por el deportista mallorquín, y nada puede hacerse ya, pero conviene advertir a montañeros desprevenidos de la suerte que les aguarda en manos de charlatanes con piel de ecologista.
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